En los últimos tiempos, el campo está atravesando una etapa complicada. No es solo el clima, que siempre ha sido caprichoso y difícil de prever, ni los problemas habituales con las plagas o los altos costos de producción. Hoy en día, lo que más pesa sobre los agricultores es una sensación de abandono, como si las esperanzas que siempre han tenido de salir adelante se estuvieran desvaneciendo.

Hablar con un agricultor es entender que su conexión con la tierra va mucho más allá de un trabajo. Es una forma de vida, un compromiso diario con los ciclos de la naturaleza y la comunidad. Pero cuando los precios no compensan el esfuerzo, cuando las políticas agrarias no parecen pensadas para ellos, y cuando la ciudad sigue demandando productos frescos sin entender lo que realmente implica producirlos, el ánimo empieza a decaer.

Los que trabajan la tierra han sido durante generaciones los guardianes de nuestra comida, pero la situación actual les está haciendo cuestionar si todo ese sacrificio vale la pena. Muchos se sienten solos, como si estuvieran luchando una batalla perdida, donde las ayudas prometidas llegan tarde o no son suficientes, y los compradores no valoran realmente lo que están adquiriendo.

Sin embargo, el campo es resistente, y los agricultores también lo son. Aunque el horizonte se vea gris en este momento, la esperanza nunca se extingue del todo. Pero es necesario que desde las ciudades se comprenda que sin ellos, sin ese esfuerzo diario en las fincas, el estilo de vida que damos por sentado no sería posible. Solo con un apoyo más cercano, más real, podremos asegurarnos de que las esperanzas no se desvanezcan por completo y de que el campo y la ciudad sigan caminando juntos.

Así que la próxima vez que disfrutes de una comida fresca, piénsalo: detrás de cada bocado hay una historia de esfuerzo, lucha y, sobre todo, de amor por la tierra. Ayudemos a que esos sentimientos de oscuridad se transformen en luz, porque el futuro de nuestros campos es también el futuro de todos nosotros.

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